Otoño

Completamente exhaustos por el trabajo y por vivir en una gran urbe llegamos al Lucero del Alba.
Tenemos cuatro días y nos da tiempo, de todo un poco, para desconectar.
Cosechar olivas, pasear por el monte, cogiendo plantas aromáticas para ellas, ir a la playa otoñal y disfrutar de la pradera de todas las luces, que está justo delante de la casa.
Andamos unos veinte pasos aromatizados por la hierba fresca y descubrimos el sitio:
La piedra que sonríe!
No tiene perdida e indica el lugar elevado en el cual se puede girar 360 grados viendo toda la hermosura del lugar, sintiendo su maravillosa energía sencilla y pura.
Nos sentamos allí entre floresitas blancas que huelen a miel, durante horas charlando o en silencio, escuchando los pájaros y el lejano juego de los chicos del vecino.
El estado de paz al alcance de quien quiera.



En otoño hay días que despiertan con niebla, las brumas que suben del mar se enganchan como nubes por el frío de la noche. La humedad es enorme y los cristales se vuelven opacos. Al tocarlos el vapor se convierte en gotas que corren hacia abajo. Que calentitos estamos con la chimenea que ha guardado el calor durante toda la noche!
El espectáculo dura poco. Después del desayuno ya comienza a despejarse.
Suave es el Otoño dorado.



El mar me gusta todo el año. Ahora en otoño la playa se vacia. Los camping detrás de las pequeñas dunas se ven abandonados del griterío de los veraneantes. Las casas playeras entre los pinos tienen sus puertas y ventanas chapadas.
El agua del mar se recupera del jaleo del verano. Se vuelve frío y espeso. Las olas llegan más arriba, a veces hasta las dunas. El chiringuito IOT, el más antiguo, tiene abierto, pero solo los sábados y domingos para el aperitivo de los lugareños que dan el paseo, algunos con su perro.
No hace frío, de hecho hay valientes que se dan un baño en el mar de plata. Hoy esta manso.



En la aldea viven dos perras, Sana y Blanca. Los pocos vecinos les dan algo de comer. Siempre vienen a saludar, pero ladran a las ruedas de los coches desconocidos o a los de los cazadores, que no deben que gustarles mucho.
Un día de la primavera apareció un joven perro asustadizo, que se hizo con ellas dos. Se quedó en la aldea y los tres protegen el lugar de los forasteros.
Ahora las dos van casi siempre preñadas y nadie sabe dónde van a parar los cachorros. Esta es la parte triste.
Un día me llevo Sana, la mayor de los tres, a la cueva, excavada en la tierra debajo de un arbusto frondoso donde deberían que estar sus cachorros, y se puso a llorar mientras temblaba su cuerpo castigado de tantos partos. Nunca había sentido tanto el dolor de un animal. Vida perra.

Cosecha de oliva 2015
El sábado preparamos las olivas verdes para macerar.
Las negras previamente separadas ya están con sal en el fresco, esperando el frío que les “mate”. Pasado tres a cuatro semanas se les adereza y se guarda también en botes a la espera de ser comidas.
Lavamos las verdes, o bien las multicolor, y las aderezamos con las hierbas escogidas del monte directamente en sus botes. Se llenan con agua mineral hirviendo hasta arriba y listo.
La próxima vez que venga, haré las etiquetas.
 

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